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¿Cómo dejar de sufrir?

El sufrimiento es universal: lo sienten los humanos y también los animales. La diferencia es que los animales sufren solo cuando algo ocurre (una herida, quedar atrapados, el dolor inmediato), mientras que los humanos podemos sufrir incluso cuando nada sucede, porque nuestra mente crea escenarios hipotéticos que generan angustia y ansiedad.

Además, no solo sufrimos por lo imaginado: también lo hacemos frente a realidades difíciles como la enfermedad de un ser querido, el fin de una relación o un conflicto laboral. El problema aparece cuando trasladamos ese dolor a ámbitos donde en realidad no está. Por ejemplo: llegar estresados del trabajo y contestar de forma negativa a la familia.

En Kairós siempre hablamos de tres elementos con los que trabajamos: la conducta, la emoción y el pensamiento (cognición). En este post me voy a centrar en el último: el pensamiento.

Los estoicos distinguieron claramente estos tres elementos y se enfocaron principalmente en la razón. Si bien no es recomendable aislarla de los demás, recuperar sus postulados puede servir para entrenar la mente y fortalecerla, recordando siempre que forma parte inseparable del resto de nuestra psiquis.

A continuación, presento cinco claves del estoicismo aplicadas al trabajo cognitivo:

1. Distinguir lo que depende y lo que no depende de nosotros

A menudo creemos que controlamos casi todo, pero es solo una sensación que nos permite avanzar en nuestros objetivos. Entender que nuestra forma de interpretar las cosas afecta directamente cómo nos sentimos es esencial. Lo único que podemos controlar verdaderamente es nuestra mentalidad frente a la adversidad.

2. Reestructuración cognitiva mediante juicios

Si el entorno no es tan decisivo como la interpretación que hacemos de él, entonces la clave está en aprender a significar lo que ocurre de una manera que nos ayude, en lugar de perjudicarnos. Así, nuestros pensamientos se convierten en aliados para alcanzar metas.

3. Control de la atención

Ser capaces de observar lo que pensamos es fundamental. Suelo decir a mis pacientes: “Hay que ver el río fluir”. Ese río son los pensamientos, formados por nuestra historia. Podemos aprender a reconocer cuáles de ellos alteran nuestra conciencia y, poco a poco, modificar su curso.

4. Uso de máximas y recordatorios mentales

En medio de la rutina solemos olvidar el trabajo interior. Entonces, las emociones toman el control y nos alejan de nuestros objetivos. Para contrarrestarlo, conviene tener frases personales que nos devuelvan a una perspectiva más constructiva. Ejemplos populares son “no hay mal que dure cien años” o “la vida da revancha”, pero lo más valioso es crear recordatorios que resuenen íntimamente con cada uno.

5. Aceptación de la transitoriedad

Comprender que nada es permanente puede generar temor, pero también puede abrir la puerta a la paz interior. La transformación es la base del universo, y lo bueno o lo malo no dura para siempre. Con introspección y acompañamiento terapéutico, es posible encontrar serenidad en la impermanencia.

El sufrimiento es, en última instancia, una interpretación humana guiada por el lenguaje. Las palabras con las que definimos nuestra realidad moldean cómo la vivimos, y pueden sedimentar tanto pensamientos adaptativos como desadaptativos.

En psicología, se entiende que los pensamientos adaptativos son aquellos que nos acercan a nuestras metas, mientras que los desadaptativos nos alejan de ellas. Cuando sufrimos, muchas veces estamos atrapados en esta última forma de pensar.

Recordá: si estás atravesando un momento difícil, siempre hay alguien dispuesto a escucharte. Hablar es el primer paso. Aceptar la emoción es crucial para abrirte a los demás y permitir que te ayuden. Todos pasamos por situaciones dolorosas; lo importante es animarse a compartirlas. Esa, muchas veces, es la mejor salida.